A las diez de la mañana del sábado, después de que los últimos mandatarios y empleados vaticanos se despidiesen del féretro ya cerrado donde descansa para siempre el cuerpo del argentino Jorge María Bergoglio, obispo de Roma y último Papa de la Iglesia católica, el sencillo ataúd de madera y zinc fue trasladado hasta el exterior de la basílica de San Pedro para comenzar el funeral. Ahí, le esperaban decenas de miles de fieles. Pero, sobre todo, Giovanni Battista Re, el decano de los cardenales, con 91 años y una salud de mármol, para glosar su vida en una sencilla y concisa homilía.Más allá de la inevitable pompa papal, Francisco dejó escrito que no quería filigranas ni oropel. Y el relato de su vida, de la misma materia prima y como probablemente le habría gustado, fue directo y sencillo en su misión de glosar las obras y el pontificado del difunto. Un relato que comenzó, justamente, por el final de sus días, cuando el pasado domingo, pese a estar ya en unas condiciones de evidente dificultad y fragilidad, “de los graves problemas de salud” que no pasaban desapercibidos a nadie, decidió bajar a la plaza para impartir bendiciones a los fieles. “A pesar de su fragilidad y sufrimiento final, el Papa Francisco eligió recorrer este camino de entrega hasta el último día de su vida terrenal”, comenzó el cardenal Re, sin ahorrar energía.Más informaciónEl 13 de marzo de 2013, llegado desde el fin del mundo, como él mismo proclamó para referirse a la anomalía de que un argentino fuera a ocupar la silla de Pedro por primera vez, Bergoglio fue elegido en un cónclave que duró apenas cinco votaciones. “La decisión de tomar por nombre Francisco pareció de inmediato una elección programática y de estilo con la que quiso proyectar su pontificado, buscando inspirarse en el espíritu de san Francisco de Asís. Conservó su temperamento y su forma de guía pastoral, y dio de inmediato la impronta de su fuerte personalidad en el gobierno de la Iglesia, estableciendo un contacto directo con las personas y con los pueblos, deseoso de estar cerca de todos, con especial atención hacia las personas en dificultad, entregándose sin medida, en particular por los últimos de la tierra, los marginados”, recordaba Re, cuya voz atravesaba el silencio radical impuesto por la ocasión en todo el centro de Roma.Las palabras del decano eran más bien obviedades que uno podría encontrar en Wikipedia​​ sobre la vida de Francisco. Pero pronunciadas ahora, por el más veterano de los purpurados, adquieren un significado distinto. Especialmente a la luz de las divisiones que su personalidad y aperturismo provocaron en un grupo de cardenales donde emergió de forma insólita una concentración de ultraconservadores que se propusieron tumbarle durante su pontificado y que hoy atendían en obediente discreción a su marcha, quizá pidiéndole a Dios que el siguiente pontífice vuelva a entornar las puertas de una Iglesia en la que, de repente, entraron como un vendaval homosexuales, transexuales, presidiarios, inmigrantes, indigentes y representantes de todas las periferias sociales y geográficas del mundo. Una corriente de aire que el próximo cónclave determinará si fue tan solo una brisa matutina, o el comienzo de una revolución en una Iglesia que decidió que todo debía cambiar para que todo continuase igual.Y Re, delante de decenas de miles de fieles, glosando viajes y andanzas, con una voz ya algo fatigada, continuaba con su homilía delante del féretro del pontífice. “Fue un Papa en medio de la gente, con el corazón abierto hacia todos. Atento a lo nuevo que surgía en la sociedad y a lo que el Espíritu Santo suscitaba en la Iglesia. Con el vocabulario que le era característico y su lenguaje rico en imágenes y metáforas, siempre buscó iluminar con la sabiduría del Evangelio los problemas de nuestro tiempo. […] Tenía gran espontaneidad y una manera informal de dirigirse a todos, incluso a las personas alejadas de la Iglesia”, recordó, quizá pensando en esa melodía de fondo que siempre acompañó a Bergoglio, la de ser el primer Papa que gustaba más a los ateos que a los católicos.Las decenas de miles de personas que continuaban escuchando en silencio en la plaza, sin embargo, invitaban a desmentir esa idea. O al menos a ponderarla. También a imaginar el peso que podrá tener esta masiva afluencia en la decisión que los cardenales tomarán dentro de algunos días sobre la necesidad de encontrar un relevo que continúe las reformas que impulsó Francisco —y que Re ha seguido glosando en su homilía— o que las cancele dando marcha atrás. “Lleno de calidez humana y profundamente sensible a los dramas actuales, el Papa Francisco realmente compartió las preocupaciones, los sufrimientos y las esperanzas de nuestro tiempo de globalización. […]. Innumerables son sus gestos y exhortaciones a favor de los refugiados y desplazados. También fue constante su insistencia en actuar a favor de los pobres. Es significativo que el primer viaje del Papa Francisco fuera a Lampedusa, isla símbolo del drama de la emigración con miles de personas ahogadas en el mar”, señaló recordando el comienzo de la obsesión de Bergoglio por situar a los inmigrantes como las principales víctimas de nuestro tiempo, de ese capitalismo feroz y excluyente que siempre denunció ganándose el desprecio e insulto de los sectores más conservadores.El Papa, y eso también tiene un cierto mérito en los tiempos de miedo y temor que infligen determinados gobiernos, logró cabrear también a mandatarios políticos empeñados en levantar muros. En la misma línea, recordaba Re, fue también el viaje a Lesbos, “así como la celebración de una misa en la frontera entre México y Estados Unidos”. Levantar muros no es cristiano, dijo a Trump en el primer mandato del actual presidente de EE UU. El ahora de nuevo mandatario escuchaba atento a las palabras de Re, nada de acuerdo, como la mitad de la Iglesia católica de su país, con los postulados de Francisco.El diálogo interreligioso, el acercamiento al mundo musulmán para coser heridas y contribuir a desescalar la ola de atentados que asolaba el mundo. También su empeño por la ecología, desconcertaron a gran parte de la Iglesia. “Frente al estallido de tantas guerras en estos años, con horrores inhumanos e innumerables muertos y destrucciones, el papa Francisco elevó incesantemente su voz implorando la paz e invitando a la sensatez, a la negociación honesta para encontrar soluciones posibles”. Francisco —mucho más hábil para moverse en la calle que en los salones de poder— no logró grandes resultados en este aspecto; y sumió a la legendaria diplomacia vaticana en un periodo estéril y, a veces, contraproducente, como en los casos de la guerra en Ucrania o la negociación del Vaticano con China. Esta es la última vez que Francisco pisará la plaza de San Pedro. El cortejo fúnebre lo llevará después hasta Santa María Mayor, fuera de los muros de Vaticano. Pero cada domingo, el Papa se asomaba aquí al balcón de su estudio y pronunciaba el habitual rezo del Angelus. Lo hacía en un lenguaje plano, se acordaba de forma insólita de casos concretos de gente que necesitaba ayuda y, sobre todo, en esa manera suya de normalizar la Iglesia, deseaba que la gente tuviera una buena comida ese día y pedía que no se olvidasen de rezar por él. “Querido papa Francisco, ahora te pedimos a ti que reces por nosotros y que desde el cielo bendigas a la Iglesia, bendigas a Roma, bendigas al mundo entero, como hiciste el pasado domingo desde el balcón de esta basílica”, terminó Re.

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