Tras dos años de guerra, la crisis humanitaria de Sudán sigue siendo la mayor del mundo, con 25 millones de personas que luchan por obtener comida suficiente y más de 12 millones de personas desplazadas. Casi todos los habitantes, o algún familiar o amigo, han sufrido experiencias terribles. Pero el horror está generalizado en todo el mundo, y la respuesta a un número creciente de crisis se ve gravemente obstaculizada por una falta de financiación no registrada desde la Segunda Guerra Mundial. A escala mundial, la ONU ha hecho un llamamiento para recaudar 45.000 millones de dólares (39.581 millones de euros) con el fin de sufragar las necesidades humanitarias de 185 millones de personas en 2025, pero hasta ahora ha recibido solo el 5% de esa cantidad.En Sudán, esta situación pone en peligro la vida de las personas, debido a la disminución de los suministros de alimentos y el cierre de establecimientos de salud. Tal vez la semana pasada fuera posible alimentar a los niños gracias a un comedor de emergencia establecido para proporcionar comidas básicas, pero esta semana sus puertas están cerradas. Aunque la clínica local siga abierta (alrededor del 75% de los centros de salud han cerrado), dispone de menos medicamentos para tratar enfermedades prevenibles pero mortales como la tuberculosis y la diarrea.Debemos encontrar formas de minimizar este sufrimiento y hacer que la financiación llegue más lejos. Esto supone apoyar a los sudaneses para que se ayuden a sí mismos, trasciendan la ayuda humanitaria y utilicen el dinero de los donantes para impulsar la participación del sector privado.La alegría de ver un horizonte familiar y los puntos de referencia de la infancia se ve atenuada por la realidad de los estantes vacíos y la dificultad de volver a empezar sin herramientas ni semillas ni productosPrecisamente los líderes empresariales y de la sociedad civil pidieron esto en las reuniones que mantuve con ellos en Sudán, al hacerse eco de mis pensamientos cuando se desató la guerra en mi país, Siria, hace unos 15 años. En ese momento no queríamos limosnas. Como los sudaneses —como todas las personas—, queríamos conservar nuestra capacidad para mantenernos porque es la mejor preparación para “el día después”.En Sudán, la situación militar sobre el terreno es inestable, aunque en muchas zonas la seguridad ha mejorado y la población está regresando a sus hogares, hacinada en pequeños autobuses o cargando sus pertenencias a través de cientos de kilómetros de tierra arrasada. En muchos casos, las mujeres encabezan el regreso al hogar, habiendo soportado en Sudán, al igual que en la mayoría de los conflictos, la mayor parte del peso de la guerra. A menudo, sin reconocérselo, las mujeres han sido el pilar fundamental que ha mantenido unidas a las familias y los hogares en medio de las adversidades.En todos los casos, el viaje de regreso es a la vez angustioso y esperanzador. “¿Qué ha quedado de mi casa y de mi granja? ¿Han saqueado mi tienda? ¿Habrán robado mis herramientas?”, se preguntan muchos. Para algunos, la alegría de ver un horizonte familiar y los puntos de referencia de la infancia se ve atenuada por la realidad de los estantes vacíos y la dificultad de volver a empezar sin herramientas ni semillas ni productos.Posibilitar la reinserción de los agricultores puede ser tan sencillo como proporcionarles herramientas básicas, semillas resistentes a la sequía y soluciones eficaces en función de los costos, como bombas de agua alimentadas por energía solar, que pueden servir para explotar nuevas tierras y funcionar incluso en lugares donde se ha interrumpido el suministro eléctrico.Es vital que apoyemos a las familias y a las comunidades para que puedan sobrellevar las adversidades actuales, de modo que estén preparadas para aprovechar al máximo la paz cuando llegueEn el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) hemos probado este enfoque en las provincias de Kassala, Al-Gadarif y Río Nilo, donde hemos facilitado el aumento del rendimiento de los cultivos y el establecimiento de huertos en terrenos baldíos. Esto ayudó a alimentar a las familias, aumentó el suministro de alimentos e impulsó la economía local. Los beneficios se reinvirtieron para expandir la producción, lo que nos permitió seguir apoyando a otras comunidades.Otro enfoque consiste en maximizar el impacto de los fondos para lograr un mayor resultado mediante la participación del sector privado. Pude comprobarlo durante mi estancia en Afganistán, donde desde el PNUD utilizamos dos millones de dólares (1,7 millones de euros) para conceder préstamos a pequeñas empresas. Mediante estos préstamos, los agricultores y empresarios pudieron ampliar sus operaciones. El aumento de los beneficios les permitió devolver los préstamos y redujo la necesidad de ayuda externa.En Sudán, acabamos de poner a prueba un sistema similar para conceder préstamos por valor de cinco millones de dólares (4,3 millones de euros) a personas que normalmente no tendrían acceso a servicios financieros. A medida que sus negocios crecen, también lo hará la capacidad de las comunidades para comprar alimentos, medicamentos y otros artículos de primera necesidad.Estos dos enfoques requieren un cambio de mentalidad para que el desarrollo sostenible pueda acompañar la ayuda de emergencia.Todos esperamos una paz rápida y duradera en Sudán, y el número de personas que regresan a sus hogares es una señal de la confianza de la población en su futuro como país. Sin embargo, aunque hoy se declarara la paz, aún quedaría un largo camino por recorrer para reparar los daños de la guerra. Es vital que apoyemos a las familias y a las comunidades para que puedan sobrellevar las adversidades actuales, de modo que estén preparadas para aprovechar al máximo la paz cuando llegue.Abdallah Al Dardari es Secretario General Adjunto de la ONU y Director de la Oficina Regional del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) para los Estados Árabes.

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