El pasado 25 de febrero a las 15.16 se produjo un apagón masivo en Chile. Desde el extremo norte, en Arica, hasta la sureña región de Los Lagos -una extensión de 2.400 kilómetros-, cerca de ocho millones de hogares en Chile sufrieron un corte de electricidad, el 80% de los clientes del servicio. Durante largas horas los ciudadanos permanecieron a ciegas sobre las causas de la emergencia. La capital, donde vive la mitad de la población, fue escenario de un caos vial porque la red de Metro dejó de funcionar y la gente necesitaba regresar del trabajo a sus hogares. Los conductores de coches se agolparon en las gasolineras para abastecerlos de combustible y, en el caso de quienes tenían generadores en sus casas, poder conectarlos a su vehículo. Otros salieron en masa a comprar alimentos a los negocios que aún no cerraban las puertas. Esto, mientras el servicio de internet y telefónico estaba caído o era intermitente. A última hora de aquella noche, se había restablecido la electricidad en la mitad de los hogares y la reconexión fue progresiva en el resto del país. Al día siguiente se esclareció que el apagón se produjo por un fallo en la línea de transmisión eléctrica de doble circuito (2×500 kV) en el norte, cuando estaba prácticamente a su capacidad máxima. ISA Interchile, filial de la colombiana ISA, es responsable de la operación de distintas líneas de transmisión eléctrica en Chile, entre ellas, donde se originó la caída. La empresa sostuvo que el apagón se provocó por “la activación no deseada de los esquemas de protección”, lo que produjo “la desconexión automática de ambos circuitos” y un efecto en cadena en la columna vertebral del sistema eléctrico. Tras dos meses de aquel día, el país sudamericano puede sacar lecciones prácticas y medidas de alto nivel para enfrentar una emergencia de ese tipo.Los chilenos se dieron cuenta durante el apagón de cómo la dependencia a la red eléctrica es cada vez mayor: desde el móvil como fuente de información hasta el hervidor para calentar el agua. Algunos de los afectados por el apagón tenían radio a pilas, pero sin internet ni servicio de mensajería telefónico fueron varios los que la echaron en falta para saber lo que estaba ocurriendo a través de los medios de comunicación radiales. El no tener acceso a internet enredó más las comunicaciones porque tener el móvil cargado no era suficiente para salir del aislamiento. Los propietarios de un coche encontraron ahí la solución para conocer el calibre de la emergencia. Cientos de personas caminan por la Alameda, avenida principal del centro de Santiago, a causa del cierre de las estaciones de metro durante el apagón masivo, en febrero pasado. SOFIA YANJARICuando se oscureció, hicieron falta velas o lámparas recargables. Algunos tenían estas últimas, pero sin cargar, por lo que no pudieron usarlas. El alza del precio de la electricidad el invierno de 2024 había empujado a varios chilenos a comprar teteras para calentar agua con gas. El día del apagón, el reemplazo del hervidor fue muy preciado. Otro aspecto en el que cayeron en cuenta los chilenos fue la importancia de tener dinero en efectivo, cada vez más escaso en las billeteras. Los pocos negocios abiertos durante la tarde, antes del toque de queda que se estableció a partir de las diez de la noche del día de la emergencia hasta las seis de la mañana, tenían sus máquinas de cobro apagadas. Tener un kit de emergencia en casa fue una de las principales conclusiones: radio a pila, batería externa del teléfono celular, velas y dinero en efectivo fueron los más sonados en la resaca de la emergencia.El apagón masivo también evidenció que el sistema eléctrico chileno es frágil y es necesaria la inversión en transmisión, almacenamiento y resiliencia de las redes eléctricas a nivel de distribución. El director ejecutivo de la Asociación de Transmisoras de Chile, Javier Tapia, alertó de que el país está atrasado en unos 2.000 millones de dólares en inversión. Por su parte, el decano de la Facultad de Ingeniería y Ciencias UAI y expresidente ejecutivo de Generadoras Chile, Claudio Seebach, explicó a EL PAÍS que, como el país sudamericano es largo y flaco, la red eléctrica es muy distinta a la de otros países donde en vez de tener una sola columna vertebral, cuentan con una red “enmallada”, similar a la tela de una araña. Por eso, planteaba Seebach, si Chile estuviera conectado al sistema argentino, por ejemplo, probablemente una perturbación de tamaña magnitud se hubiese podido corregir en menor tiempo. En la reciente visita de Estado del presidente Gabriel Boric a Brasil, miembros de la comitiva empresarial que lo acompañó tenían esto en mente. Comentaban que tanto Brasil como Chile están avanzando en la diversificación de la matriz para que sea más verde, lo que permitiría tener sistemas interconectados y si se cae la luz en un país podría nutrirse del otro y viceversa.

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