Dos complejas dinámicas tensan el mandato de Claudia Sheinbaum.En lo global, el mundo vive en una montaña rusa por Donald Trump; en lo local, la presidenta busca consolidar el cambio de régimen. Por sí solo, cualquiera de esos retos ya era descomunal. Ella ha de llevar las riendas de ambas agendas sin que el caos de una enrede a la otra.Muy pronto, en la transición, Claudia Sheinbaum entendió que buena parte de su presidencia sería afectada, como quizá ninguna en el pasado reciente, por lo que hiciera Estados Unidos, donde descontó un triunfo de Trump semanas antes de la elección de noviembre.Ahí comenzó eso de “cabeza fría”. Ni adelantar vísperas, ni sobrerreaccionar. La estrategia de la presidenta, a quien por su manera de contener las peores formas del presidente de Estados Unidos The Washington Post llama “The Trump Whisperer”, ha funcionado.Al frisar los noventa días de esta belicosa Casa Blanca, lo que la presidenta tiene en el plano internacional no es poco. Ha logrado que, en medio de la chuza arancelaria trumpista, su gobierno sea tratado comedidamente y las amenazas sean todavía más acoso que realidad.No ha salido, desde luego, gratis. México atendió peticiones para convertirse en policía migratorio de Washington, y entregó fuera de todo marco legal a decenas de mexicanos acusados de delitos, al tiempo que soporta groserías de estos nuevos bárbaros del norte.Y lo anterior, junto con un evidente retorno al protagonismo de agencias estadounidenses de seguridad en la política bilateral, es de lo que se sabe públicamente: con tiempo se sabrá qué otras cosas se han pedido, a cuáles se accedió y frente a cuáles el muñequeo sigue; sin obviar que aranceles como el anunciado esta semana al tomate son, de nuevo, un despropósito que Claudia ha de desactivar.Las y los mexicanos —curtidos, los más añosos en crisis, impertérritos, los más jóvenes— reconocen a la presidenta por demostrar el temple nacionalista adecuado para infundir calma e incluso ánimo, al tiempo que ella intenta resolver los entuertos que Trump saca de la chistera.Quizá cuando en la transición tuvo la serenidad para no agobiarse de más por la inminencia del retorno de Trump, fue porque se percató de que de una forma u otra no enfrentaría un mundo desconocido. López Obrador, su predecesor y guía, es también un natural del caos.Dicho de otra forma. Si Trump pretendía sacudir el establishment, Claudia está curtida en lidiar con volantazos: desde 2018 AMLO desvalijó el organigrama institucional, y ella misma asumió que habría de seguir con la devastación, y ya luego armar una cosa nueva.A nivel global es pronto para poner nombre a este cambio, y en lo nacional el obradorismo busca el retorno del ogro filantrópico (Paz dixit), escupe en los contrapesos, y pretende un Estado donde la ciudadanía sea anulada y, si acaso, negocia con grupos clientelares.Los seis años de su periodo no le alcanzaron a López Obrador para acabar con las instituciones, así que heredó a Sheinbaum el pico. En junio, con la elección judicial —así haya una nueva ronda electoral dentro de dos años— acabará de desmontarse la era de la transición.¿Comenzará en septiembre, con una nueva Suprema Corte y organismos judiciales disciplinarios en manos de cercanos a Morena, el nuevo régimen? No necesariamente. Para citar al clásico, seguirá muriendo lo viejo sin que termine de nacer lo nuevo.Es decir, haga lo que haga el impredecible Trump y sus secuaces, fuerce la renuncia del presidente de la Reserva Federal o corra de su país a migrantes con estatus legal, de aquí al final del verano la presidenta Sheinbaum tiene también en lo interno una dura ruta.En septiembre, cuando estaba por asumir la nueva presidenta, era legítimo dudar si las complejas circunstancias que se avecinaban confirmarían sus credenciales para encabezar un gobierno funcional.Claudia Sheinbaum puede acreditar al fenómeno Trump el haberle brindado la oportunidad de crecerse en la crisis. Pero las fuerzas desatadas a nivel internacional, y no solo por la sombría perspectiva para la economía del planeta, y a nivel local, seguirán con ímpetu.Los aciertos de la presidenta al lidiar con Trump, haiga cedido lo que haiga cedido, han robustecido su imagen como la política indispensable para el reto. No es cosa menor: nadie especula si alguien más lo hubiera hecho mejor. Ni en la oposición, ni en Morena.Dado que es remoto que Trump recapacite o recule, y que la crisis del vecino del norte seguirá, con sus coletazos a la otrora aspiración a tener democracias liberales y, al menos en el papel, con derechos humanos, otros países han de temer cómo les pegará esa gripa.En nuestro caso, un Trump acorralado tendrá siempre a mano a México, país al que desde su primera campaña azota al achacarle, simplista y ofensivamente, la raíz de los problemas de Estados Unidos. Claudia ha de evitar que seamos la piñata de un xenófobo y anexionista.La batalla en el frente externo, pues, no ha hecho sino comenzar. La capacidad de la presidenta ha quedado fuera de duda. Si mantiene la disciplina y contiene incluso algunos de los filos de su temperamento, que su equipo reciente, la perspectiva es de moderado optimismo.Mas es en el frente interno donde ese entrenamiento para navegar el caos, junto con la experiencia para operar en medio de improvisación organizacional propia de un cambio de régimen, así como su minuciosa dedicación en los problemas, serán realmente probados.La adquisición de medicinas es un ejemplo al respecto. La presidenta ha apostado por pagar de una vez y por todas el costo del cambio de esquema. Y asume, sin decirlo, los costos en salud que eso acarreará a enfermos. Cree que solo así podrá resolver por fin el desabasto.Los negocios oscuros que se hicieron en el pasado, remoto y reciente, alrededor de la compra de medicinas y equipos médicos, junto con el laberinto burocrático que supone la compra misma y la corrupción de funcionarios federales y estatales, son una prueba para Sheinbaum.Es en casos como este que Claudia ha de utilizar su respaldo popular para romper resistencias, las de fuera del régimen, pero sobre todo las que surgen del mismo partido, donde algunos actores ya disfrutan que la “transformación” les hizo justicia al “ponerlos en donde hay”.La presidenta ha de alinear a su movimiento en un nuevo estándar de probidad y eficacia, de austeridad genuina, no de dientes para afuera, de ética y no de cinismo. Como la de Birmex y el desabasto, tiene bombas por doquier y poca ayuda de demasiados morenistas.Para cuando se vaya Trump, si es que se va en enero de 2029, la suerte del sexenio de Sheinbaum estará echada. Será su año de sucesión, y tendría que ser el de los amarres para que su legado no sea víctima de las pugnas por la candidatura de Morena.En un mundo donde los derechos de las mujeres y de la diversidad son nuevamente amenazados, en donde se pregona con más descaro a favor de un capitalismo salvaje, Claudia tiene la agenda correcta: la equidad sustantiva y una apuesta por favorecer a los pobres.A la presidenta no la arredra el caos mundial, está claro, pero este no puede ser un sexenio normal. Debe consolidar el cambio de régimen, lo que significa sobre todo el contener los apetitos y excesos al interior de su movimiento. Y dar resultados.Sheinbaum tiene razón en que lo interno le hace fuerte, pero eso mismo le puede minar hacia al exterior.No es Estados Unidos, sino sus compañeros en las cámaras y en los estados, e incluso algunos en el gabinete, quienes más amenazan la viabilidad de su gobierno y las posibilidades de consolidar un nuevo régimen.El caos local no puede convertirse en su talón de Aquiles, no puede lastrarle frente al mundo. Tiene las capacidades para acometer esa tarea, solo falta que las ejerza plenamente. Porque al final ella, y nadie más que ella, será la responsable frente a México y la historia.

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